Quedamos en la plaza de siempre a la hora señalada. Sería algo como lo vivido en los últimos tiempos, pero a lo grande. Esta vez venían de otros sitios, de más lejos, llevaban días caminando. Nadie se lo quería perder, la fiesta por el cambio, por el comienzo de los nuevos tiempos. Los ingredientes estaban sobre la mesa, gente cansada del caucho de la bota que los pisa cada día cogidas de la mano, avanzando juntos en la misma dirección. Fueron poco más de dos kilómetros de camino, pero nos llevó toda una tarde recorrerlos. Aquello estaba de bote en bote, la convocatoria había sido todo un éxito, la mayor concentración que recuerdan los viejos del lugar. Los cánticos nos unían aún más, esa letra que nos aseguraba que otro mundo era posible. Poco después de ponerse el sol llegaba la hora de despedirse de los amigos y los invitados de ocasión. La ceremonia había merecido la pena y ya sólo quedaba grabar en vídeo las crónicas que las distintas cadenas hubieran hecho de ese histórico día.
Pero al llegar a casa la realidad cambió por completo.
- ¡Hijo, no me gusta que te juntes con esa gente!
- Pero ¿por qué? Hemos sido casi dos millones marchando al unísono contra las injusticias del presente ¡Ha sido increíble!
- ¡No! Habéis sido doscientos y habéis arrasado con el Congreso, la Moncloa, la Zarzuela, el hogar del pensionista y la cafetería El brillante ¡Tendrán que restaurar todo Madrid por vuestros destrozos!
- Y ¿dónde has visto tú todo eso?
- ¡En la televisión, hijo, dónde lo voy a ver!
En mi mano, un mando, y en el mando, un botón. Fue pulsarlo y la realidad cambió por completo. Madrid se encontraba en ruinas y la gente tendría que emigrar a otra ciudad porque no quedaba una estructura en pie, todo por culpa de unas docenas de personas que habían -habíamos- quedado para poner fin a una democracia modelo e instaurar la dictadura del terror. Fue tal la unanimidad de las televisiones que no tuve otra opción que claudicar y pensar que lo vivido esta tarde había sido producto de mi imaginación. Que somos unos terroristas, que todo es mejor como está hasta ahora y que nunca -NUNCA- tuvimos dignidad.
Invitada: mi santa madre.